viernes, 30 de agosto de 2013


Poema Z,ocurrió en la ciudaz. Carlos Lapeña- Juapi.
Ilustración, Juapi


No surgieron del mar ni de los bosques,
ocurrió en la ciudad a plena luz,
lejos de los modelos literarios
que proponen la noche y la tormenta
para hacer realidad las pesadillas.
En la ciudad surgieron, en las casas,
y tomaron las calles sin remedio.
La podredumbre y el hedor no eran
al principio evidentes, pero luego,
con el calor del sol y del asfalto,
fueron inevitables y tangibles
hemorragias y llagas, flacidez
de músculos y órganos, de cuerpos.
Carne podrida dentro de los trajes,
dentro de los vestidos, los zapatos.
Y como obedeciendo a un viejo instinto,
la carne se lanzó contra la carne,
a dentellada limpia (es un decir),
a mordisco, a zarpazo, entre gruñidos
y gritos y chasquidos animales.
Dio igual hombres, mujeres, niños, viejos...,
cuerpos se abalanzaban contra cuerpos
con hambre irracional y sed absurda.
En poco tiempo el caos fue el nuevo orden
y las extremidades mutiladas
la forma habitual de anatomía.
Y no se veía el fin, no había reposo,
los miembros y los órganos seguían
moviéndose y buscando su alimento...
Y todo era alimento y todo boca.

Y así ocurrió el final apocalíptico.
La muerte en su versión más nauseabunda,
la muerte que no llega y que no alivia,
regodeo mortal en la tardanza
carnívora y caníbal y aberrante.

Las causas no se hallaron en un virus,
ni en un raro incidente radiactivo;
fue algo más sencillo y más terrible,
el miedo aderezado con la envidia
de un vecino cualquiera, de un extraño,
en la ciudad en crisis y culpable.

Mas nadie pudo ya dar fe de aquello...
Perdón, sí que hubo un único testigo.

En lo alto de la torre el viejo ángel,
los ojos amarillos y las alas
negras, como las uñas y los dientes,
admira complacido su gran obra.

 


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