jueves, 23 de mayo de 2013

Lucha por tu familia, Irene Comendador

Ilustración de Nana Bidzinashvili  


La luz del ventanuco me mira con insistencia. Allí tras los barrotes veo volar los pájaros en libertad, contemplo cómo el sol desaparece por las tardes y lo reemplaza una luna llena que me recuerda viejos tiempos, mejores noches, días diferentes.
Tengo miedo a quedarme dormida, sé que si eso ocurre vendrán a por mí, volverán los fantasmas reales de mi pesadilla diaria, sé que buscan un momento de debilidad por mi parte para acercarse y hacer de las suyas.
También tengo miedo a no dormir, estar tan exhausta que llegue a perder la poca lucidez que me queda, la cordura que me obliga a sentirme fuerte por ellas, esperándolo a él con todas mis ganas, suplicando a cada minuto que aparezca por la puerta, como antes, como cuando mi vida tenía sentido y todo era felicidad, como cuando éramos una familia libre.
Hace escasas horas he tenido visita, ellos de nuevo, esos captores que me hacen daño, que me clavan millones de agujas por todo el cuerpo, quizás solo sea una, pero duele hasta las entrañas, hasta el mismísimo centro de mi corazón. Luego, sin mi consentimiento empieza la tortura, me tocan por todas partes, siento sus manos en mis brazos, por las piernas, los pies; llegan hasta mis partes más íntimas y hacen su trabajo, despojándome de toda dignidad. Antes gritaba cuando sucedía, intentaba resistirme clavando las uñas en su piel, mordiendo su carne si se acercaban demasiado, revolviéndome como vulgar lagartija sobre la cama, pataleaba, gruñía, bramaba, pero lo único que conseguí en respuesta fueron las ataduras que ahora adornan mis tobillos y mis muñecas. Duelen, duelen mucho, han marcado mi piel con rozaduras que de vez en cuando se ampollan, se hinchan y terminan por infectarse. Después llegan los pinchazos y vuelven las botellas de líquido extraño a colgar sobre el cabecero, con cables transparentes que se dirigen a mi torrente sanguíneo y me infectan el organismo con a saber qué diabólico veneno.
He comprobado que son más delicados si me quedo quieta cuando me tocan, no por ello hacen caso a mis súplicas, ni siquiera parecen oírme, siguen con su tarea de profanar mi cuerpo y convertirme en un trapo viejo en el que pueden limpiar sus manos cuando les place.  
En una ocasión, mientras sobaban mis pechos con brío, perdí el control y de mi boca salieron insultos e improperios que jamás creí pronunciaría, me convertí en un demonio, los maldije a todos ellos, deseándoles la muerte más dolorosa y atroz. En respuesta pronunciaron el nombre de mis niñas, como una advertencia.
Jamás he vuelto a decir ni una palabra, soportaría cualquier suplicio y vejación con tal de que a ellas no las tocaran, estaría días sin comer ni dormir, sintiendo sus manos dentro de mí, si supiese que mis hijas están a salvo. Nadie me lo garantiza, pero al menos, he de pensar en ellas y dejarme hacer por si cumplen su amenaza.
Ayer permitieron a mis hijas venir a visitarme, parecían confundidas, como si verme atada a esta cama fuese algo normal, como si mis negaciones y mi falta de sueño autoimpuesta fuese por gusto. Si ellas supiesen que solo intento cuidar de sus vidas…
Mis dos pequeñas no entienden a su edad por lo que estamos pasando, no me atrevo a preguntar dónde las tienen metidas cuando no están conmigo, es más, no quiero saberlo, parecen sanas, felices en su ignorancia y con eso me basta.   
Ha veces pierdo la cabeza y me dejo llevar por el subconsciente, a veces dejo que los ojos se cierren un segundo y se apoderen de mí las sombras. Ahí es cuando todo mi mundo cambia, vuelvo a recordar las mañanas con tostadas y mermelada, el beso de despedida de mi Teo al irse a trabajar, los preparativos y los sándwiches de queso en las tarteras para el colegio, el cepillado de las largas melenas de mis pequeñas, mis ángeles en la tierra. Las imágenes parecen tan reales que tardo unos minutos en cobrar consciencia y darme cuenta de que sigo aquí encerrada, atada, a veces amordazada como un perro.
No sé si hoy dejarán que Mila y Elena vengan a verme, las visitas suelen ser cortas e insuficientes, ellas hablan de trivialidades mientras yo las miro con intensidad, sin pronunciar palabra, sin decirles nada. Les transmito todo el amor que puedo con la mirada, acaricio despacio sus manitas e intento no llorar al ver la situación en la que estamos sumergidas, calmo sus almas torturadas con suspiros cuando se acercan a darme el beso de partida. Alguna vez las he visto llorar, quieren una explicación a mi comportamiento, a mi mutismo, pero ellas no entienden que si hablara lo más mínimo podría escaparse de entre mis labios algún detalle de nuestro cautiverio, podría pedirles que intentaran escapar cuando les fuese posible, exigiéndoles que corrieran lejos, que se olvidaran de mí, que buscaran ayuda de cualquier extraño; pero eso no es posible, solo son dos niñas pequeñas guardadas por muros gruesos custodiados por dementes y carceleros. Podrían hacerles daño si lo intentaran, solo de pensarlo se me hielan las venas y mi garganta se cierra.
Encontraré la manera de salir de aquí, de llevarlas conmigo a un lugar seguro, intentaré urdir un plan de escape, algo que nos permita volver a casa.
Esta mañana me han sacado de mi celda cubierta únicamente por una sábana blanca y atada a mi camilla como de costumbre. He recorrido varios pasillos, cruzándome con más gente que parece estar en mi misma situación, cautivos en este lugar en contra de nuestra voluntad. No sé qué clase de aberraciones sufren el resto de secuestrados, tampoco quiero saberlo, con mi batalla personal ya tengo más que suficiente.
Al llegar a una sala excesivamente iluminada me han metido en un tanque enorme, donde un ruido ensordecedor ha perforado mis tímpanos con inquina, luces cegadoras me hacían parpadear, varios cables conectados a mi cuerpo daban pequeñas descargas eléctricas provocando que mis lágrimas se derramaran mojándome el pelo y la tela bajo mi cuerpo. Desconozco cuánto tiempo me han tenido allí metida, pero ha sido bastante; mis piernas ya se habían dormido cuando una mujer con máscara en la cara me ha empezado a clavar agujas en el estómago.
Hablan entre ellos pero no logro comprender lo qué dicen, palabras que nunca había oído se cuelan en sus conversaciones encriptadas; hablan de muerte, de enfermedad, de tratamientos, pero sigo sin comprender qué tienen que ver conmigo todas esas cosas.
He intentado poner orden dentro de mi caos, pensar el por qué de su comportamiento. ¿Buscan algo dentro de mi cuerpo? ¿Ensayan con él? ¿Acaso soy el conejillo de indias de alguna droga? Pero entonces me acuerdo de sus visitas, como cuando me dieron la vuelta en la cama y penetraron mi trasero sin contemplaciones, provocando sangrados que duraron días de sábanas mojadas. Recuerdo todas las veces que me tocan, siempre a la misma hora, personas diferentes pasando sus manos por mi piel pálida y temblorosa. Y pierdo el hilo de mis pensamientos, dejo de buscar el motivo y me concentro en el dolor y la pérdida.
Aún guardo mi secreto sin confesar, no sé cómo contárselo a mis hijas, ellas han notado que su padre ya no está y presienten que algo malo le ha pasado. De momento confían en mí y no han preguntado al respecto.
Son demasiados días sin verlo, demasiadas horas sin contemplar su cara, sin recibir sus besos… Con él todo esto era más llevadero.
Estoy segura de que lo han matado, cada vez que me atrevo a preguntar a mis captores me miran con condescendencia, me explican con la mirada que jamás lo volveré a ver, me aseguran sin abrir la boca que será mejor que deje de preguntar si no quiero que mis hijas corran la misma suerte, y entonces, me callo. Dejo salir las lágrimas mudas y cierro los ojos con fuerza hasta que terminan de tocarme.
Pero ha llegado el día, Mila y Elena tienen que saber la verdad, se lo intentaré explicar de la mejor manera, me inventaré cualquier excusa que justifique la ausencia de su padre. No quiero que piensen que nos ha abandonado por voluntad propia en este infierno, no quiero que tengan esa impresión del hombre que más las ha amado en el mundo, él no merece ese recuerdo de sus adoradas hijas.
Las bisagras de la puerta chirrían y veo pasar a mis princesas, una de ellas viste una falda larga que cubre sus piernas, me dan ganas de pedirle que muestre su piel bajo la tela, quiero comprobar que las marcas que yo tengo no adornan también su cuerpo, pero me contengo. Hoy hay una conversación más importante, hoy sabrán la medio verdad que he guardado todo este tiempo.
— Mamá, tienes mejor aspecto— dice Mila, la mayor de ellas, la tristeza en sus ojos revela que miente.
Pasa la mano por mi pelo, una caricia, ladeo la cabeza para encontrarme con su palma en la mejilla; quiero su contacto, quiero que sepan que aún estando incapacitada, lucho por ellas.
— Nos han dicho que hoy traerán una comida que te gusta, espero que dejes el plato limpio, estás muy delgada y hay que recuperar fuerzas— esta vez es Elena la que habla.
Esa insufrible comida, porquería que no vale ni para los cerdos. Omito el pensamiento y sonrío lo que puedo.
— ¡Una sonrisa! Bien, parece que hoy estamos de buen humor, así me gusta, pronto nos dejarán irnos a casa.
Ese comentario hace que mi gesto se endurezca sin querer, la pena y el sufrimiento afloran por mi piel, neutralizando el escaso brillo de mis ojos.
“Es ahora o nunca” Pienso.
— Tengo que hablar con vosotras de algo importante.
Las dos me miran con atención, se han sorprendido mucho y abren los ojos expectantes, incluso a mí me ha sonado rara mi voz después de tanto tiempo sin usarla.
Se acercan un poco más a la cama y me agarran con fuerza de las manos, me animan a seguir hablando, contando mi historia.
— Mis pequeñas… tengo que confesaros un secreto que llevo guardando estos últimos días— espero que sus cabecitas se preparen para lo que tengo que contar, aunque soy consciente de que jamás estarán preparadas para tal desolación—, es referente a vuestro padre.
Mis hijas me miran extrañadas, pero siguen calladas para no interrumpirme. Decido soltarlo directamente, alargar la espera será mucho peor. Después tendré que consolar sus corazones destrozados para que entiendan que no están solas, yo sigo aquí.
— Como habréis notado, hace unos días que vuestro padre no viene por aquí; no nos ha abandonado, simplemente ha tenido que partir a un viaje muy largo del que no va ha volver. Los mismos hombres que nos tienen aquí retenidas se lo han llevado en contra de su voluntad. Él opuso resistencia todo lo que pudo, intentó quedarse a nuestro lado, pero no lo consiguió.
Elena intenta hablar y corto sus palabras, sé lo que va ha preguntar y no quiero que lo haga, no quiero que tenga dudas sobre el amor que Teo les ha dejado en vida, no quiero que piensen que no fue valiente, luchador, que no intentó por todos los medios seguir con nosotras, seguramente ha dado su vida para que tengamos una oportunidad en la nuestra.
— Hace escasos cinco días, papá se ha ido al cielo para no volver. Pero nos protegerá desde donde esté y cuidará de nosotras, conseguiremos volver a casa y ser una familia unida de nuevo, os lo prometo. No pienso dejaros aquí encerradas para siempre. Da igual lo que quieran hacer con mi cuerpo, lo que quieran meter en mi mente, yo tengo la cabeza fría y encontraré la manera de que esto funcione, os lo prometo.
Después de decir mi última palabra me doy cuenta de que conté más de lo que quería, pero el daño ya está hecho, tienen que crecer y ser conscientes de que esto no son unas vacaciones. Nos tienen secuestradas y no sé cuánto más aguantaré la situación antes de que sean ellas las que ocupen mi lugar.
Mila y Elena se miran entre ellas, sus ojos se han puesto tristes, reflejan decepción.
Se dan la mano en señal de complicidad y me miran con ternura.
— Mamá, no estamos aquí recluidas, esto es un hospital. Estás enferma y los médicos intentan encontrar una cura a tu enfermedad. Papá hace más de diez años que nos abandonó, ¿recuerdas? ¿Recuerdas haber ido a su funeral, mamá?
— Mamá, mañana vendremos con tus nietos, verás cómo te alegra verlos tan grandes. Ellos están deseando verte, incluso han hecho unos dibujos preciosos con las flores que más te gustan. Pronto todo pasará y volveremos a casa. Ya lo verás.
 

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