viernes, 15 de marzo de 2013

MIND THE GAP

Ilustración: Carlos Rodón Mondet

MIND THE GAP
Francisco Valverde (Valverdikon)


Cada día lo mismo, el mismo tono, la misma cadencia, MIND THE GAP, MIND THE GAP, MIND THE GAP. Marco recordaba perfectamente la primera vez que visitó Londres, treinta largos años atrás, y pudo familiarizarse con la advertencia de marras. En aquella ocasión, no entendió su significado, pero ya le llamó mucho la atención la insistencia con la que la megafonía del metro la repetía sin descanso. Fue su profesora de inglés, la misma que gestionó la beca gracias a la que asistió gratis al campus de verano, quien le explicó el significado de la misma.
- Vaya tontería, los de aquí deben sabérselo de memoria, y los que no son de aquí no lo entienden. Qué lo digan en castellano para que lo entendamos nosotros.
- Chico, para eso estás aquí, para aprender inglés.
Eran otros tiempos. Los españoles viajaban a Londres en plan turista para disfrutar de la gran urbe e intentar aprender un poco de inglés. Despedido de su trabajo gracias a las bonanzas de las sucesivas reformas laborales y la voracidad de avaros directivos, tuvo que emigrar para lograr el sustento de cada día, dejando atrás amigos, familia, recuerdos y su Atlético de Madrid. A cambio de todo lo que perdió, logró dominio del idioma, nuevos amigos -un tanto superficiales- un buen sueldo y el placer de sentir, decenas de veces cada día, ese MIND THE GAP trepanándole el cerebro. A primera y última vista, la balanza que medía lo ganado frente a lo perdido estaba claramente desnivelada.
Seguía pensando en lo innecesario de repetir constantemente la advertencia. Era uno de esos pensamientos a los que te amarras en un momento dado y ni nada ni nadie puede hacer que cambies de idea, pese a lo nimio de la misma. La primera vez que tomó el metro –el tubo como dicen ellos- tras su regreso, le causó una grata y simpática impresión volver a escucharla, pero a la semana ya estaba harto, al mes irritado y al año escocido. Incluso llegó a escribir una carta a la oficina de atención al cliente para sugerir lo innecesario que resultaba. No obtuvo respuesta alguna. Luchar contra las ortodoxas tradiciones británicas nunca fue buena idea, una lucha condenada desde el inicio al fracaso.

Como siempre, desde hacía varios meses, estaba lloviendo. El cielo era de un tono gris plomizo que no dejaba resquicio a la esperanza de ver algún rayo de sol. A punto estuvo de salir de casa sin su mejor herramienta, el paraguas, con el que evitaba empaparse cada día. Caminó varias manzanas sorteando los charcos y lagunas que la lluvia había formado. Andaba por el extremo más alejado de la calzada para evitar que los vehículos levantaran una ola que le dejará sepultado. Todos los que, como él, caminaban por la calle a esas horas intempestivas, se dirigían a la estación de Embankment para tomar el metro hacia el trabajo.
Se introdujo en la boca a la vez que una anciana que ya tenía fichada de otras muchas veces. Vestía un impermeable verde con un sombrero verde, paraguas verde, zapatos verdes,... toda ella verde. Cuando ya estaba a resguardo de la lluvia, procedió a cerrar el paraguas, con tal mala suerte que le atizó un golpe a la anciana, desequilibrándola. Intentó sujetarla para que no cayera, pero lo más que consiguió fue moderar el golpe agarrándola por donde pudo.
- ¡Lo siento! ¡Lo siento! No la he visto. Soy un estúpido. ¿Se encuentra bien? –preguntó mientras se arrodillaba a su lado.
- Creo que sí, joven, pero a mi edad... nunca se sabe.
- Lo siento de verás. ¿Le duele algo? ¿La cadera? ¿Las piernas? ¿Algo?
- Solo ha sido el susto. Gracias a Dios tengo una buena reserva de grasa que ha hecho de colchón contra el golpe –sonrió tranquilizadoramente.
- Entonces, ¿le ayudo a levantarse?
- Si no te importa, prefiero estar un rato más así antes de intentarlo. No nos vayamos a precipitar. Por cierto, no nos hemos presentado, me llamo Laura Harris.
- Ah, yo soy Marco Lucena, soy español. Lo habrá notado por el acento. ¿De verdad se encuentra bien?
- Sí, sí, no estoy mal. Realmente hablas muy bien el inglés, pero está claro que no tienes el acento de aquí. Encantada. Me ayudas ahora a levantarme.
- Claro, claro, por supuesto.
Marco ayudó a la mujer a levantarse entre las miradas curiosas del resto de los usuarios. Algunos pasaban de largo, otros preguntaban si podían ayudar,... finalmente la cosa no pasó a mayores y Marco consiguió poner en vertical a la mujer sin problemas. Luego, la acompañó hasta el andén agarrándola del brazo como si de su nieto se tratara.
- Creo que no es la primera vez que te veo por aquí. ¿Vienes todos los días, verdad?
- Sí, uso el metro para ir a trabajar. Todos los días menos los fines de semana. Usted también viene todos los días, ¿a qué sí?
- ¿Yo?, todos los días sin faltar uno solo. Vengo a primera hora, me siento en un banco del andén y desayuno con mi marido.
- ¿Su marido? ¿Dónde está? ¿Viene ahora?
- No, no, mi marido murió hace varios años ya. El tiempo pasa volando. ¡Aprovecha el tiempo! –le sermoneó la anciana apuntándole con el dedo -El caso es que mi marido era el actor Laurence Harris. No sé si te sonará. No creo. En España nunca habréis oído hablar de él. Aquí llegó a ser bastante conocido. Tiene una voz preciosa, por eso le eligieron para grabar los avisos del metro, el célebre MIND THE GAP.
Marco no podía creérselo. Su cara se puso completamente roja y su boca se cerró en un extraño rictus. No sabía muy bien qué decir. Odiaba aquella frase, le sacaba de quicio, y ahora el destino le llevaba a conocer a la viuda de su autor.
- ¿Te encuentras bien? ¿Pareces enfermo? –preguntó la anciana preocupada.
MIND THE GAP –se escuchó por megafonía.
- Eh... ¿yo? Sí, sí, no es nada, es solo que... me tengo que ir, lo siento. Tengo que coger este convoy o llegaré tarde al trabajo. Hasta luego.
Se introdujo a la carrera en el vagón sin mirar atrás. El tren partió, paró en una decena de estaciones y llegó a su destino. No podía dejar de pensar en la anciana y en su supuesto marido. Se había comportado como un estúpido. No era más que una casualidad, un capricho del destino. La próxima vez que la viera se disculparía.

Pasaron los días. Acudía como siempre a la estación sin encontrarse con la anciana. Comenzó a preocuparse por ella, no fuera a ser que el golpe hubiese tenido complicaciones posteriores. Los días tachados se fueron acumulando en el calendario sin que hubiese rastro de la anciana. Pasaron semanas. No podía quitársela de la cabeza. Se sentía culpable. Lógicamente, no había sido adrede, pero aun así, su falta de cuidado podría haber resultado fatal para ella.
Dos meses después del fatal encuentro, Marco se levantó mucho antes de lo que solía. Había madurado la idea durante el viernes y se decidió a acudir por primera vez al metro en sábado. Metió su desayuno en una bolsa y salió, todavía de noche, a la calle en dirección a la estación, siguiendo el mismo recorrido que todos los días. Su corazón latía apresurado, tenía que asegurarse de que la anciana se encontraba bien.
Accedió a la estación, bajó al andén, miro a la izquierda; allí no estaba la señora. Tenía que estar al otro lado. Miró a la derecha; allí tampoco estaba.
MIND THE GAP -tronó la megafonía.
Estaba desilusionado, completamente desilusionado. No pretendía ser amigo de la anciana, mucho menos su pretendiente, solo quería saber que se encontraba bien, que no había sufrido ningún daño, sobre todo si él era el responsable del mismo. Arrastrando los pies fue a la papelera más cercana y arrojó la bolsa del desayuno para luego dirigirse a un banco donde se dejó caer.
El tiempo fue pasando. Los convoyes iban y venían, trayendo y llevando su ruido a la estación. Con una mano a cada lado de su cabeza, estaba absorto en sus cavilaciones, pero tenía que levantarse, no podía quedarse allí tirado todo el día.
MIND THE GAP –insistió la voz por la megafonía.
Con gran esfuerzo se levantó del banco dispuesto a marcharse a casa; quedarse tirado en el tresillo siempre era mejor que quedarse tirado en la estación escuchando aquella maldita voz. Se arrastraba a la salida del andén cuando vio enfrente algo que le llamó la atención. Su corazón comenzó a latir con fuerza. No puede ser. Fijó la mirada. Sí, era ella. Estaba en el otro andén, vestida completamente de rosa, pamela incluida. ¿Cuánto tiempo llevará allí?
MING THE GAP –continuó impertérrita la voz.
Corrió escaleras arriba, pasillo recto, escaleras abajo, hasta el banco en el que la señora Harris se encontraba. Estaba desayunando. Varias magdalenas y pastas reposaban sobre un pañuelo al lado de un termo de té.
- Hola, ¿qué tal se encuentra? –preguntó con una boba sonrisa en su cara.
- Bien, joven. Muy bien. Estoy desayunando con mi marido. Me encanta escuchar su voz. Por eso vengo todos los días. Hace mucho que no te veía. ¿Has estado enfermo? Siéntate y toma algo.
- No, no, he estado bien. Habrá sido la casualidad. He traído mi propio desayuno... ya me lo he comido. Gracias. ¿Lleva mucho tiempo aquí?
- Sí, un buen rato. Han pasado no menos de diez trenes en cada sentido. Estaba hablando con mi marido. Mis hijos no aprueban esto. Yo les digo que voy al parque, pero me vengo aquí. Creen que estoy loca y no lo estoy; es solo que me gusta escuchar a mi marido... hablar con él. Desde que murió, este es el único sitio donde podemos hablar.
MIND THE GAP –retumbó de repente el sonido en toda la galería poniéndole los pelos como escarpias y el corazón encogido en un puño.
Marco no sabía muy bien qué decir. Ciertamente, su comportamiento no era muy normal, pero también era cierto que la voz de su marido seguía sonando en la estación. Normal que la mujer quisiera escucharla.
- No se preocupe. Cada uno hace lo que quiere y esto no hace daño a nadie –Menuda subnormalidad acabo de soltar.
- Eso les digo yo. Me tratan como si fuera una niña pequeña, como si no supiera lo que hago, como si estuviera loca. Laurence, me pide que les haga cosas malas. Siempre fue muy posesivo. No quiere que nada me pueda apartar de él.
- ¿Cosas malas? –repitió Marco alucinando.
MIND THE GAP –tronó la potente voz llenándolo todo y dejando a Marco descolocado.
- Sí, cosas malas, ya sabes, hacerles daño, incluso una vez me pidió que los matara. Yo no creo que sea necesario llevar las cosas hasta ese punto, pero si algún día intentaran prohibirme venir... yo no sé de qué sería capaz.
MIND THE GAP –repitió estruendosa la megafonía sin respetar la frecuencia habitual. Marco no se lo podía creer, no pensaba que se tratara de algo sobrenatural. Era otra casualidad, una jodida casualidad. La anciana estaba completamente chalada.
- No creo que sus hijos le vayan a prohibir nada pero, en todo caso, no está bien hacerle daño a la gente. Si su marido le pide esas cosas, quizás fuera mejor que no le escu...
- Laurence me está preguntando quién eres –le cortó la anciana -Siempre fue muy celoso. Cuando un hombre se me acercaba, enseguida se ponía en guardia.
- Bueno, de mí no debe estar celoso. Yo... soy muy respetuoso con usted. He venido solo para asegurarme de que se encontraba bien.
MIND THE GAP –la grabación volvió a adelantarse a lo esperado, como si respondiera a sus palabras. Marco no podía creérselo. Empezaba a desear salir de allí cuanto antes.
- Laurence se está enfadando. Me ha dicho que odias escuchar MIND THE GAP, que le odias a él. Yo le he dicho que no puede ser, que está equivocado, pero se me ha puesto hecho una furia. ¿A qué no es verdad? Se equivoca, ¿verdad?
Marco no daba crédito a lo que oía. ¿Cómo podía saber esa señora que no le gustaba todo aquello? No, no es que no le gustara, es que simplemente lo odiaba.
- No, no... no sé a qué se refiere... será mejor que me vaya.
MIND THE GAP, MIND THE GAP, MIND THE GAP –el sistema de megafonía parecía haberse vuelto completamente loco. Todas las luces comenzaron a oscilar mientras la catenaria crepitaba y varios rayos azulados saltaban de un cable al otro. No había nadie más en la estación –MIND THE GAP, MIND THE GAP –la megafonía seguía llenando de ecos la estación.
- Laurence no, ¡para!, es un buen chico, no le hagas daño por favor –suplicaba la anciana que continuaba sentada en el banco.
MIND THE GAP, MIND THE GAP, MIND THE GAP...
Marco no podía creer lo que veía. Esto ya no era una casualidad. Salió del andén a la carrera con la adrenalina por las nubes. Tenía que escapar de aquel infierno bajo tierra. Las luces de los vestíbulos se comportaban de igual manera, oscilando arriba y abajo hasta que, de repente, comenzaron a subir en intensidad llenando todo de un fulgor blanco casi celestial. Con un estampido, el sistema de iluminación reventó dejándolo todo a oscuras. Marco, que continuaba a la carrera por los pasillos, se paró en seco sin saber para dónde tirar, girando sobre sí mismo, intentando protegerse de su invisible agresor que no paraba de gritar.
MIND THE GAP, MIND THE GAP, MIND THE GAP...
Solo cuando la iluminación de emergencia se activó, Marco tuvo un respiro y pudo continuar la huida hacia la superficie. Las escaleras mecánicas estaban paradas. Subía los escalones de tres en tres con la lengua fuera y el corazón desbocado. El humo comenzaba a llenarlo todo dificultando la respiración.
MIND THE GAP, MIND THE GAP, MIND THE GAP...
En un momento se plantó en la galería de acceso donde los paneles de los torniquetes se abrían y cerraban compulsivamente como si de la mandíbula de un caimán se tratara. Tampoco allí había ni rastro de vida, ni el personal de la estación estaba en su sitio ni había usuarios intentando acceder. La cabina donde se ubicaba la taquilla estaba llena de un humo grisáceo que salía por las rendijas de ventilación expandiéndose por toda la galería en forma de grandes volutas. La puerta del cuarto de control había reventado por una explosión y, en su interior, el fuego lo consumía todo.
Por un momento pensó que no era más que un mal sueño en medio de la noche que remitiría en un instante. Deseó que así fuera; se pellizcaba en el antebrazo pero la pesadilla no finalizaba.
Tenía que escapar de allí. La salida a la calle estaba tan cerca... solo tenía que atravesar la línea de torniquetes dentados.
MIND THE GAP, MIND THE GAP, MIND THE GAP...
Se cubrió nariz y boca con la camisa y, antes de lanzarse contra los torniquetes, calculo la frecuencia de cierre que seguían. Estaban desbocados. Le iba a ser casi imposible atravesarlos sin llevarse un buen mordisco, pero era eso o morir allí. Una, dos y... cogió impulsó y dio un salto para cruzar lateralmente el torniquete. Vio como las hojas se cerraban delante de él y se abrían justo cuando comenzaba a cruzar. Hizo un escorzo recogiendo el cuerpo para ocupar el menor espacio posible, pero las hojas se cerraron antes de lo debido, como si hubiesen olido a su presa.
- Ahhhhhhhhhhhhh
MIND THE GAP, MIND THE GAP, MIND THE GAP...
Los paneles se cerraron por debajo de su rodilla izquierda partiéndole la tibia y el peroné. El dolor llegó inmediatamente después del brutal crujido. Cayó al suelo todavía atrapado por la fiera que no volvió a abrir sus fauces. Las lágrimas afloraron a sus ojos. Si no conseguía liberarse, iba a morir ahogado o quemado. Comenzó a dar patadas con la pierna derecha contra las hojas. Cada movimiento era más doloroso que el anterior pero no podía desfallecer. Los golpes no sirvieron de nada, así que optó por intentar deslizar la pierna hacia abajo. Agarró la pantorrilla con ambas manos y empujó hacia abajo, logrando desplazarla un par de centímetros. El dolor que provocó el movimiento, quedó mitigado por el desplazamiento. Con otros tres o cuatro empujones conseguiría liberarla completamente. No había tiempo que perder. El humo comenzaba a llegar a media altura.
MIND THE GAP, MIND THE GAP, MIND THE GAP...
La presión de las hojas sobre la pierna provocó la aparición de heridas que comenzaron a sangrar, manchando el metacrilato de rojo brillante. El segundo empujón fue menos efectivo que el primero pero igualmente doloroso. La pierna se desplazó alrededor de un centímetro. Marco se conjuró para acabar cuanto antes. Aplicó todas sus fuerzas en brazos y tórax en el tercer empujón. La pierna se deslizó varios centímetros más pero no quedó libre. El dolor fue tan intenso que no remitió hasta pasado un minuto, retornando a su insoportable nivel previo.
MIND THE GAP, MIND THE GAP, MIND THE GAP...
A la cuarta fue la vencida, quedando la pierna libre. Las hojas volvieron a abrirse y cerrarse compulsivamente, conscientes de la pérdida de su presa, buscándola, deseando entrar en contacto con la sangre que manaba de la herida abierta. Su pantorrilla izquierda colgaba grotescamente un poco por debajo de la rodilla, impidiéndole andar. Tenía que ponerse a pata coja para avanzar rápido. Apoyó una mano en la parte alta del torniquete metálico, y cuando fue a colocar la otra, una descarga eléctrica de baja intensidad le hizo desistir.
MIND THE GAP, MIND THE GAP, MIND THE GAP... -La voz continuaba su salmodia infernal a través de la megafonía, como riéndose de él.
No quería tocar nada más que pudiera dañarle. Avanzó a rastras por el enlosado suelo dejando un gran rastro de sangre. Viró a la izquierda para afrontar el último trecho.
- ¡Noooooooooo!, ¡Maldita sea!, ¡Nooooooooooooooooo!
El motor que accionaba el cierre metálico estaba en funcionamiento. En aquel momento solo quedaba un resquicio. Para cuando él llegará hasta allí, la estación estaría clausurada, chapada, sentenciada. No tenía ninguna oportunidad de escapar por allí.
- ¡Piensa Marco!, ¡piensa!
MIND THE GAP, MIND THE GAP, MIND THE GAP...
- ¡Cállate, maldito hijo de puta bastardo!
...MIND THE GAP, MIND THE GAP, MIND THE GAP...
Abandonando la idea de escapar por el acceso, giró sobre sí mismo y miró aquí y allá buscando algo. Entre la humareda, cada vez más densa, descubrió el apagado brillo de una señal que marcaba la posición de una puerta de emergencia. Se dirigió hacia allá lo más rápido que pudo, apoyándose en la puerta se puso en pie y presionó la barra hacía el exterior. La puerta se abrió con un leve chirrido, la humareda del vestíbulo comenzó a escapar por el resquicio. Empujó más y, a medida que lo hacía, la potencia de la corriente de aire iba incrementándose exponencialmente. La galería iba quedando libre de humo, el ruido del aire era tal, que apenas se escuchaba la megafonía, pero allí seguía socarronamente. Cuando la puerta estaba a mitad de su recorrido, Marco perdió el control sobre ella. El viento la abrió de golpe y quedó suspendido en el aire, flotando con todos los miembros estirados; bajo él, un enorme pozo, profundo, insondable.
MIND THE GAP, MIND THE GAP, MIND THE GAP, ...
«¿Era este el agujero al que te referías, hijo de puta?»
Todo el humo que abandonaba el vestíbulo se colaba por la sima hacia el interior de la tierra. Al fondo se podían vislumbrar explosiones, llamas, criaturas aladas girando en círculos, emanaciones de lava,... el mismísimo infierno.
Las fuerzas de Marco fueron menguando hasta que la barra se le escapó de la punta de los dedos. Cayó en la sima, girando en círculos y sobre sí mismo, hasta que sus gritos se apagaron.
La puerta de emergencia se cerró de un portazo.

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