jueves, 7 de marzo de 2013

EL ÚLTIMO DOMINGO (3)

    Ilustración: Carlos Rodón


Al subir al vagón  me sentí enseguida reconfortada por el cambio de temperatura y esbocé una amplia sonrisa de satisfacción. El interior estaba muy limpio y recogido. Pensé en que aquel mendigo lo había adecentado para hacer su casa allí. Aunque eso sí. Olía a cerrado, a humedad y a sudor rancio. Me saqué la capucha del abrigo y sacudí el agua del flequillo y de la ropa. Me comencé a poner nerviosa, excitada ante el inexplorado espacio que se ofrecía frente a mí. Me dieron ganas de ponerme a investigar como una loca por cada rincón del habitáculo. Y si podía abrir la puerta, colarme en la cabina del conductor.
A mitad del compartimento había una vieja guitarra acústica apoyada en un asiento, junto a éste faltaban las filas siete, ocho y nueve de asientos del lado izquierdo y en su lugar había un montón de bolsas de plástico, algo de ropa sucia y un viejo colchón de muelles que ni me atreví a tocar. El olor a sudor rancio venía de él. Me dio mucho asco y más cuando me fijé en las espesas salpicaduras amarillentas, marrones y rojas, desparramadas por encima del jergón y por la pared del compartimento, parecían mocos de enfermo. Me revolvió las tripas y tuve fuertes arcadas. Salí corriendo a vomitar fuera del vagón. Vacié el estómago en la misma puerta. Cuando escuché un lastimero gemido que procedía del interior del vagón, me quedé de piedra y tuve miedo, mucho miedo. Se me hizo un nudo en el estómago y eché la bilis que me quedaba.
        Tomé un buen trago del frío aire de la mañana y me sentí algo mejor. Me dije a mi misma que si no entraba a ver qué pasaba, me lo iba a estar reprochando de por vida e iba a quedar como una cobarde. ¡Y Marta Alcocer no es una cobarde!
Me encontraba algo mareada, asustada y muy cabreada conmigo misma, me armé de valor y pensé en que aquella persona que gemía tan lastimosamente podría necesitar de mi ayuda. Me limpié la boca con la manga del plumas, restos espesos de vómito se quedaron pegados, pero me dio igual. Cogí aire otra vez y me lancé a por todas. La escalerilla estaba llena de vomitina y no era cuestión de pringarme más. Así que salté los tres escalones agarrándome de la barra junto a la puerta. Una vez dentro me paré y escuché, no se oía nada, ¡coño! ¿Lo habría imaginado? Me subió el rubor a las mejillas y me sentí la tía más estúpida del planeta. “¿Otra mala jugada de tu imaginación, Martita?” estaba a punto de llorar de rabia cuando volví a escucharlo, al fondo del vagón, a la derecha, aunque esta vez el lamento gutural era mucho más flojo, me dio un vuelco al corazón y me acerqué con rapidez, pero con cautela, no me fiaba un pelo y el instinto me decía que algo no iba bien. Lo que encontré no lo podía haber imaginado ni en mis peores pesadillas. Un hombre mayor, de unos sesenta años, tirado sobre los dos últimos asientos, con la pierna y brazo izquierdos colgando, “como un muñeco roto” los otros dos miembros habían sido devorados, desgarrados a dentelladas, parecía que un animal salvaje se hubiese cebado en él. El abdomen estaba abierto y lo que un día fueron sus tripas se descolgaban hasta el suelo en jirones desgarrados, sobre una enorme mancha de sangre y fluidos corporales. El hombre intentó hablar, pedir auxilio, clemencia o algo, pero borbotones de espesa sangre le brotaban por la boca a cada intento. Dudé de mi cordura, lo deseché. No sabía qué hacer, a quién pedir ayuda, el hombre, o lo que antes había sido un hombre, se moría y lo haría delante de mis ojos si me quedaba allí. Rompí a llorar y eché a correr.
Corrí en dirección a la verja rota por donde nos colábamos las tres mosqueteras. La lluvia me mojaba el pelo y la niebla cada vez era más espesa a mí alrededor; espesa y helada. Me pareció que se movía según me movía yo. Corrí como una exhalación entre las vías aún a pesar de no poder ver nada en cinco metros a la redonda, conocía el sitio y sabía que me dirigía a la salida, el corazón golpeaba mi pecho cada vez más fuerte y me sentía irritada. En ese momento agradecí ser de las mejores atletas del cole y aún tuve ánimo para imaginarme al gordo de Tomás en esta situación, desde luego si le persiguiera un asesino sanguinario ya podía darse por fiambre. Levanté la cabeza, la lluvia impactaba con furia en mi cara, la tormenta me despabilaba y me inyectaba energía, me refrescaba y azuzaba a correr más deprisa. “Tenía que pedir ayuda para aquel hombre, aunque ya estaría muerto cuando llegaran a socorrerlo” “¿cómo alguien pudo hacer algo así, habría sido el tipo desgarbado de la pajarita, o simplemente salió huyendo de aquél horror?” [Al igual que estaba haciendo yo ahora mismo] recordé el titular del Heraldo de Aragón, todos aquellos basureros descuartizados. Toda aquella violencia que se estaba propagando por la ciudad. Apreté más la carrera y tuve la sensación de que el corazón se me iba a salir por la boca.
La niebla se iba disipando, y ya podía ver en más de diez metros, el vallado metálico se empezaba a aparecer al fondo del recinto. Giré la cabeza y la niebla ahí estaba. Agarrada al suelo, levantándose en volutas. Más cerrada y espesa, parecía viva, reptando con elegancia. Se arremolinaba sobre sí misma como dándose empuje en grumos espesos y blancos.
        Me alcanzaron unos girones, noté como si me agarraran la pierna y entonces tropecé con algo que había en medio de la vía. Me caí de morros todo lo larga que soy. El impacto fue muy fuerte, dándome en un travesaño con la cabeza. Me hice un corte en la barbilla y al levantarme aturdida vi con lo que me había tropezado. Una mujer tumbada boca arriba. Apenas tenía color sobre su cuerpo semidesnudo.  Era de unos treinta años y no llevaba anillos, ni pendientes, ni pulseras. Nada. Salvo un pequeño tatuaje en el vientre. Un corazón roto con los bordes dorados y de un rojo intensísimo. Me sobrevino un profundo sentimiento de pena y un terror sin nombre atenazó mi ánimo de nuevo. Y de nuevo me puse a temblar mientras se escaparon lágrimas de miedo entre los jadeos del esfuerzo. Estuve un rato así; sollozando y temblando. Sin dar crédito a todo lo que estaba sucediendo esa fría mañana. Hasta que, no sé bien de donde narices me sobrevino un destello de coraje, y apelé a la lógica deductiva que tan buen resultado me daba siempre. Y más cuando tenía que poner en orden mi cabeza.
Parecía dormida, por lo plácido de su gesto; el brillo del blanco rostro y la extraña y apagada luz de sus ojos azules. La observé atónita, hasta que me di cuenta de que la niebla se había ido por completo. De nuevo, como por arte de magia, todo comenzó  a recobrar el color. Me limpié la lluvia de la cara y empecé a llorar como una boba cuando vi la sangre que salía bajo su cuerpo, muchísima sangre, espesa y oscura. No sé por qué me acordé de mi hermana Clara y de su dolor de tripas y aún lloré con más ganas. Eché a correr y no paré hasta llegar a casa de tía Marga. Era la que más cerca vivía de toda mi familia, no pensé en la policía, ni en nadie más que no fuera mi familia. La arrastré hasta las vías, donde había encontrado a la mujer y al hombre devorado y moribundo. Me advirtió de que cómo fuese otra tontada de las mías me la iba a ganar. Cuando llegamos la mujer ya no estaba. No había rastro alguno de que hubiesen arrastrado el cuerpo. Sólo la mancha de sangre difuminada por el agua llovida, casi imperceptible para alguien que no supiese que había estado allí. Marga  ponía caras de fastidio y de incredulidad mientras recuperaba el aliento, inclinada sobre las rodillas. Eché a andar intentando asegurarme de que aquél era el sitio. Mientras, pensaba en que un cadáver no se evapora en el aire. ¿Y si no hubiese estado muerta? Si se hubiese levantado de la vía habría dejado un buen rastro, si el suelo hubiese estado seco. El furioso aguacero lo había borrado todo. No encontraba una explicación lógica a aquello por más vueltas que le daba. Cuando volví junto a mi tía con la intención de llevarla hasta el tren donde encontré al hombre desmembrado, me di cuenta de que no estaba sola. En el lugar exacto en donde tenía que estar el cuerpo de la mujer, había un imponente cuervo negro. Y el cuervo nos graznó. Lo hizo dos veces, como riéndose de nosotros, de mí. Como anunciando el final de una grotesca broma, graznó una tercera vez y alzó el vuelo, pero antes de que lo hiciese recalé en sus ojos, los tenía como cubiertos por un velo blanco, grimoso, muerto.
        -¡¿Tía Marga has visto sus ojos?! - estaba muerta de miedo.
         - Sí, los he visto - parecía que dudaba un poco - Estará enfermo, ¡anda, vámonos de aquí que te espera una buena en tu casa!
         - pero tía… lo que vi era real, ella estaba aquí y el otro hombre en un tren, al fondo de las vías…- intenté convencerla, aquello había pasado ahí mismo.
- Mira Marta - comenzó a decir, acercando su cara a la mía - Lo que has hecho no le veo la gracia, - su voz era serena, pero dura. - Te parecerá muy guai, muy divertido, pero esta bromita tuya no tiene ni puta gracia - los ojos se le encendieron.- ¡Y más con todo lo que está pasando desde ayer!
- ¿Acaso no sabes nada de todas las muertes? ¿De los ataques? O quizá por eso…- me miró con tanta dureza, que no creí que tía Marga pudiese tener esa mirada, el corazón se me encogió y tuve la sensación de que no debía ser más grande que una nuez. - ¡Te has pasado muchísimo, hija de la gran puta!
         Se separó de mí, me dio la espalda y caminó unos pasos con los músculos en tensión. Estaba claro que no creía ni una palabra, así que decidí callar, ya que no tenía ni una maldita prueba, “se había evaporado” y al “Tamagochi” segurísimo que no querría ni acercarse.
         La vi llamando por el móvil a mamá para que viniese a buscarnos con el coche, cada vez parecía que llovía más fuerte y la lluvia se volvía más espesa, más pesada, más oscura y olía raro, ¿a muerte?
         Me agarró por el brazo y me llevó arrastras, sin pronunciar ni una palabra, hasta el exterior del recinto de la RENFE, yo no quería volver a casa, no sin antes llevarla junto al hombre devorado. Fue tanta mi insistencia que debí cabrearla de verdad ya que me soltó una sonora bofetada.
        -¡Como vuelvas a decir una palabra más te inflo a hostias! - Su cara hervía de ira, rompí a llorar - ¡Harta me tienes con tanta tontería! ¡¿No tienes ya suficiente por hoy?!
         Sus palabras estaban cargadas de… ¿odio? No me lo podía creer, mi tía nunca en la vida me había pegado ni chillado de esa manera. Era una mujer dinámica, extrovertida y macarra. Pero nunca la había visto en ese estado de nervios. Me atreví a levantar la mirada para cruzarme con la suya, sus ojos estaban rojos de ira.
-¿Sabes que mi novio fue asesinado ayer noche?- preguntó a medida que se venía abajo, rompió a llorar, me abrazó y lloramos juntas - Lo encontraron esta mañana en Alcalde Caballero, a pocos metros de su casa, me acabo de enterar cariño. Siento mucho haberte pegado mi amor.- me abrazó de nuevo, con tanta fuerza esta vez, que creí que me rompía algo.
Estuvimos abrazadas y llorando hasta que llegaron mis padres con el coche. Yo me sentí fatal por haber acudido a ella y por como había ocurrido todo, por cómo me había quedado sin pruebas y por cómo había quedado como una niña estúpida, cruel y mal criada. Mi madre la intentó convencer para que se viniese a casa, pero Marga insistió en irse a descansar, sola. Ella necesitaba de sus soledades, más en momentos así.
La vimos alejarse bajo la lluvia, bajo aquella negra lluvia, en aquella negra mañana de aquél negro domingo de mis trece años.
         Me quedé mirando a través de la ventanilla del Galaxy de mi madre. Hacia aquella hostil ciudad en la que se estaba convirtiendo Zaragoza. No entendía nada, mientras aquella lluvia cada vez era más negra, más sucia. Mis padres comenzaron a discutir por mi culpa y presa de los nervios por toda aquella situación con la que se había despertado la ciudad. Emilio, mi padre, no paraba de repetir que aquello estaba ocurriendo por todo el país, que había comenzado aquella locura homicida al mismo tiempo que el temporal de lluvias que recorría España y el sur de Francia, que era como si el temporal hubiese traído una maldición consigo. Mi madre le tachaba de loco por decir esas cosas, aseguraba que nada tenía que ver una cosa con la otra, que esto era por la crisis, que había mucho desequilibrado suelto.
         Cruzamos la Avda. Navarra y encaramos la calle Rioja dirección a casa, poco antes de alcanzar la Avda. Madrid una mujer salió corriendo de un portal y se abalanzó sobre un muchacho que caminaba por la calle, lo derribó y comenzó a morderle el cuello, moviendo la cabeza con furia y haciendo saltar chorros de sangre y trozos de carne en todas direcciones. Los gritos del chico llegaban amortiguados hasta el interior del coche. Mis padres ni se enteraron enfrascados como estaban en una, ahora, fuerte discusión. Las pocas personas que circulaban por allí echaron a correr cada una en una dirección distinta. Uno que corrió cruzando la Avda. Madrid acabó bajo un coche que bajaba a toda velocidad. Otro se metió en un bar cercano, para salir a los segundos, zafándose de tres negros en chándal que le iban soltando bocados por donde podían, se quedaron atrás, yo no entendía cómo mis padres no se dieron ni cuenta, y claro está que yo no iba a ser quien se lo dijera, no después de que nadie me creyese en lo que me acababa de ocurrir en las vías. Recuerdo que me quedé observando aquello como el que está viendo una película, impasible, sin sentimientos. Los gritos de mis padres me estaban haciendo estallar la cabeza.


DIÁRIO DE MARTA ALCOCER
Zaragoza a 09 de Febrero de 2014. Domingo. 22:00 pm.

No voy a escribir más en este diario. Estoy muerta de miedo. Mi padre cerró desde fuera con llave la puerta de mi cuarto y desde hace dos horas no escucho absolutamente nada de ruido en mi casa, sólo la tele, que parece que esté en el canal 24 horas todo el día, porque no paro de escuchar lo que parecen noticias, pero no logro entender desde aquí lo que dicen. Por la ventana de mi habitación sólo se ve el patio de luces y hará cosa de una hora en el piso de enfrente se declaró un incendio, tras unos breves gritos. Nadie ha venido, ni policía ni bomberos. El fuego ha empezado a propagarse por el edificio y creo que me he quedado sola. Clara no ha regresado de su ensayo en el grupo en el que toca la batería, a las ocho tenía que haber estado en casa. No tengo el móvil, ni el portátil, ni nada con lo que comunicarme con el mundo que hay fuera de mi habitación. Tengo puesta la música a todo volumen para no oír los gritos que me llegan desde los pisos del bloque. Estoy muerta de hambre y de sed, pero no me atrevo a forzar la puerta de mi cuarto y salir de aquí. No sé qué puedo encontrarme. Mis padres no están en casa, no han vuelto, ¿Dónde están? Temo por ellos, por mi hermana, por mi tía Marga, por Eva… por mí. La última vez que miré por la ventana el fuego del incendio del piso de enfrente tiraba para arriba, he corrido las cortinas, no quiero ni mirar. No sé para qué cojones estoy escribiendo esto si tengo el presentimiento de que nadie lo va a leer nunca. Creo que todo se ha ido a tomar por el culo, en verdad, alguna vez tenía que ocurrir. Pero qué putada tan gorda es que me tenga que pasar el día en que me caen los trece años. Aún no me he agarrado un ciego, ni me he echado un polvo… ni me he sentido enamorada. La vida aún no ha empezado y ya se acaba.


DIÁRIO DE MARTA ALCOCER
Zaragoza a 09 de Febrero de 2014. Domingo. 23:05 pm.

Estoy escuchando explosiones en la calle y he sentido cómo la casa temblaba en varias ocasiones. ¿Habrá estallado la guerra? ¿Eso es lo que está ocurriendo? He escuchado el ruido de cazas en el cielo, como los de la Base Aérea, pero pasaban muy cerca, luego más explosiones. Creo que nos están bombardeando. ¿Serán los moros, los alemanes? ¿Quién habrá podido entrar en guerra contra nosotros, y atacar nuestras ciudades?
Hace media hora que la ventana saltó por los aires tras una de las explosiones, o por la onda expansiva, no lo sé. Tengo algunos cortes en las piernas y el agua no para de entrar [sigue lloviendo esa lluvia negra]
Estoy acurrucada en un rincón, agarrada a este diario como un naufrago a una tabla, es el último regalo que me hizo mi madre. ¿Dónde estará, donde estarán todos? ¿Por qué la gente se comportaba así hoy, por qué tanta locura y violencia? Reconozco que no paro de hacerme preguntas sin sentido, Sé que voy a tener que espabilar, salir del puto cuarto, e irme, pero… ¿A dónde coño?


DIÁRIO DE MARTA ALCOCER
Zaragoza a 09 de Febrero de 2014. Domingo. 23:40 pm.

Hace diez minutos sonó el teléfono, el fijo de casa. Está en el salón, la tele ya no se oye, y hace tres minutos que me he quedado a oscuras, estoy escribiendo esto con una led de llavero que guardaba en un cajón. Me he acordado de las chuches que compré donde Pepe y me las he comido todas, aún las tenía en el bolsillo del plumas del puto Bob Esponja. Qué boba, ni me había acordado en todas estas horas. Nadie ha regresado aún a casa, se siguen escuchando explosiones y aviones volando bajo, pero pasan de largo y las bombas [o lo que sean] suenan más lejos.
¿Quién habrá llamado? ¡Joder! Intenté salir a responder al teléfono, pero no he podido abrir la puta puerta, le he dado con todas mis fuerzas, con el hombro y lo único que he conseguido es hacerme daño. A patadas y sólo la he abollado un poco, pero sin abrirla. Con la silla de mi escritorio y nada. Sonó dos veces, hasta que se cortó, ¿Cuánto fueron eso, catorce tonos, dieciocho? Estoy encerrada y creo que ya nunca saldré de aquí. He estado a punto en varias ocasiones a liarme a gritos por la ventana, pero visto cómo está todo por ahí fuera he desechado esa idea. A parte, tengo la boca tan seca que dudo que pudiese gritar mucho. La luz de la led llavero se está agotando [le pasa como a mí, coño. Estoy hecha mierda]
Creo que me voy a echar a la cama, antes la corrí al lado opuesto de mi habitación para apartarla de le lluvia que entra, de esa mierda de agua negra que no para de caer. ¡Me cago en Dios, ya! ¿Cuándo va a acabar de llover? ¿Cuándo va a acabar todo esto? Decidido, me voy a dormir, no aguanto más despierta. Estoy agotada. Me voy a echar vestida, con botas y todo, tengo frío y hambre, total ¿qué más da ya como me acueste?
Solo deseo que mañana cuando despierte haya acabado toda esta locura, no sé si será así, pero de lo que si estoy completamente segura es de que este ha sido el último domingo.

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