jueves, 21 de marzo de 2013

EL VIOLINISTA

Ilustración: Fran Córdoba · www.francordobaart.com · ilustrador@francordobart.com

EL VIOLINISTA
Maribel Pardo Velasco 

¿Dónde estoy? Está muy oscuro y hace frío... Junté mis manos y soplé sobre ellas para darme calor. No funcionó, mi propio aliento estaba frío. Llevaba... ¿era esto un pijama? Sí, es azul y de estrellitas. Intenté vislumbrar algo, pero todo estaba muy oscuro, así que me levanté y sacudí mi pantalón. Tierra, estaba pisando tierra húmeda, el césped hacía cosquillas en mis pies desnudos.
Algo no está bien. El ambiente era desalentador, todo estaba silencioso y no podía distinguir ninguna luz. Un momento, ¿qué es eso? Un sonido llegó hasta mis oídos traído por el viento. Era algo que sonaba mal, una cuerda mal afinada o alguien que no sabía tocar. Empecé a caminar hacia aquel sonido y descubrí que mis piernas estaban entumecidas, apenas me respondían. ¿Tanto tiempo he estado allí sentada? Los pelos de mi nuca se erizaron, era como una advertencia, pero advertencia ¿de qué? Miedo, el miedo inundó todo mi cuerpo como si fuera la sangre que es bombeada por el corazón.
Algo rozó mis pies, niebla, niebla que parecía tener vida propia. Gemí, y un grito se ahogó en mi garganta cuando empecé a correr. No me cansaba, era como si no llegase a sentir parte de mí ser, pero sufría y temía. Era consciente de mis limitaciones. La música seguía sonando, esta vez con más fuerza, era un impulso, una necesidad el llegar a ella.
Estaba sintiendo el miedo y la ansiedad a la vez. Algo me perseguía, había algo malo y cruel allí que se apoderaría de mí si la niebla me alcanzaba. Simplemente, lo sé. Corrí, intentaba hacerlo más rápido, más rápido, más rápido, mi mente me apremiaba a ello. Algo se interpuso en mi camino, tropecé con ello y caí al suelo. Me tenía, sabía que me tenía. No me quedaba ni un mísero segundo y... la luna llena se abrió paso entre las nubes. No sabía por qué, pero era consciente de que había ganado algo de tiempo, la niebla había retrocedido como si nunca hubiese estado allí. Miré debajo de mí y mis ojos se fijaron en aquello con lo que había tropezado. ¡Es una lápida! ¡Estoy tendida encima de una tumba!
Eso no hizo más que acrecentar mi miedo, yo no debería estar aquí, ¿y mamá? ¿Y mi casa? Eché a correr y la música volvió a llenar mis oídos haciéndose fuerte por el eco. No había parado, pero volvía a ser consciente de ella y supe reconocerla; era un violín, aún no pude identificar la melodía porque sonaba como si estuviesen serrando o rayando las cuerdas. No era como escuchar a un auténtico músico tocando el violín.
Estaba en un cementerio, conforme corría, más tumbas y lápidas se sucedían ante mis ojos. Doblé una esquina y lo vi. Tenía una gabardina oscura y una bufanda gris alrededor del cuello. Su cabello era castaño oscuro y estaba recogido en una coleta. Era atrayente y se hallaba sentado con los ojos cerrados sobre una lápida. Su postura demostraba despreocupación y sencillez y elegancia a la vez. Era aquella mezcla tan extraña lo que resultaba atrayente. Sólo quería volver a casa, mis ojos se humedecieron. Él era mi casa.
De pronto sus ojos se abrieron y se fijaron en mí. Eran rojos, rojos oscuros como los de un depredador que se sabe sin rival. Dejó de tocar y sostuvo con una mano el arco y con la otra el violín mientras apoyaba los codos en sus rodillas. Sonrió a la vez que sus ojos se estiraban suavemente hacia los lados, demostrando así cuán depredador podía ser.
– Hola pequeña – Me saludó con su voz que era como un arrullo – ¿Qué puedes hacer por mí?
Había un brillo de tristeza y curiosidad en su mirada. Vislumbré la sombra de un niño del que él no parecía ser consciente, y quise calmarlo. No dije nada, simplemente me acerqué andando lentamente y le quité el violín y el arco. Aquel movimiento le sorprendió y le hizo tensarse. Apoyé el violín en mi hombro y coloqué la barbilla sobre él, a la vez que me hice la indiferente hacia su postura. Empecé a tocar, una melodía suave, concisa, clara como el fluir de un río que no prometía más que paz y tranquilidad, la posibilidad de abrazarte a ti mismo. Le miré, parecía absorto en mi música, más cuando sintió mi mirada, se volvió y fijó su vista en mí mientras me dedicaba una sonrisa. Ha vuelto, aquel niño ha vuelto.
Unos aplausos me distrajeron. Dejé de tocar cuando vislumbré alguien entre nosotros. Cruel, aquella palabra vino a mi mente antes de que terminara de girarme para poder verle mejor. La luna ya no nos alumbraba y él era el resultado de aquello, la sombra.
– Bravo Valentín,  la has encontrado – Su voz era completamente distinta a la de Valentín, era cargada, cortante, lenta y arrastraba muerte y soledad. Valentín, sí, ese era su nombre. – Pero, ¿no es un poco triste que la vayas a perder ahora? – La frase casi terminó en un rugido, era una amenaza implícita.
La sombra se dejó ver a la vez que se relamía los colmillos. Tenía unos ojos saltones, alocados, que se movían sin descanso observándolo todo. Estaba ansioso y nervioso, era un sádico sin compasión que daba pequeños brincos de impaciencia. Su cabello era corto y negro, sus ojos de un rojo más brillante y llamativo que el de Valentín. Llevaba una camiseta de los Bulls de Chicago, y unos pantalones negros que se ajustaban en su cintura y se soltaban después.
– Fernando, debí pensar que serías tú quien intentó apartarla del camino – dijo Valentín como si estuvieran comentando el tiempo a la vez que se levantaba de la lápida y se colocaba a mi lado.
– Está muerta, Valentín – dijo Fernando regodeándose en la palabra muerta – Sabes lo que eso significa.
Mi cuello, me llevé las manos inconscientemente al cuello. Era consciente de cosas que no debería saber.
– Sí, eso pequeña – dijo imitando el apelativo con el que me había nombrado anteriormente – Te prometo que no te dolerá, al menos no demasiado.
Estaba segura de que su concepto de demasiado no era el mismo que el mío, casi podía verlo regodeándose con mi muerte.
– Le arrebataste la vida. Ella puede usurpar tu puesto de acompañante. De hecho, esa música demuestra que ya ha empezado a hacerlo.
Acompañar a los muertos, hacerles olvidar su agonía para que descansen en paz.
– Un muerto. Es un muerto, y adoro el concepto de los humanos de rematar – Fernando volvió a relamerse y avanzó un paso hacia mí.
– Debería haber seguido viviendo. No era su hora, pero la mataste igualmente para hacerme daño.
– No te lo tomes a mal, encontrarás a otra – se burló Fernando.
Valentín le ignoró y continuó hablando:
– Al hacer eso le robaste su destino y le diste el tuyo. – Fernando le miró con miedo y consternación siendo consciente por primera vez de las palabras de Valentín – Creíste que habías venido a matarla. Pues bien, has venido a tu tumba. – Valentín se volvió hacia mí cambiando su expresión de desprecio por una de infinita ternura. – Toca, mi pequeña, toca y quédate junto a mí.
La melodía volvió a surgir de mi violín, la luna volvió a abrirse paso entre las nubes y la cara de Fernando perdió toda expresión a la vez que se consumía en una tumba como si nunca hubiese existido.
Dejé de tocar cuando noté que alguien me agarraba del pijama desde abajo.
– Perdóname mi pequeña. Perdóname por favor – suplicó con lágrimas en sus ojos – yo no debería haberme enamorado, ese es mi sino. Tú todavía estarías viva, Fernando no se habría fijado en ti.
– Te perdono – le dije abrazándole. No soportaba verle sufrir, le quería. Más que eso, le amaba.
– Gracias, Ana – la tumba se ocupó de él y desapareció como si nunca hubiese estado allí, exactamente igual que le había pasado antes a Fernando.
Las lágrimas se derramaron por mis ojos sin contención y grité hasta quedarme, literalmente, sin voz. Raspé toda la garganta hasta que no pude emitir ningún sonido con el que mitigar mi dolor. Sola, la eternidad sola, velando a aquellos que no pueden dormir por su sufrimiento, mientras nadie vela por el mío.

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