martes, 12 de marzo de 2013

EL CRIMEN DE LA MANSIÓN MALIGNA (2)

Ilustración: Carlos Rodón


Capítulo 5. Querida Agatha.


Serían sobre las doce de la noche cuando Anne, la joven mesonera del hostal en el que nos alojábamos, llamó a la puerta de la habitación. Agatha, con un camisón de flores y una redecilla en el pelo, me mandó abrir la puerta sin ni siquiera abrir los ojos, me levanté en pijama, apenas me había dormido; cuando abrí la puerta allí estaba la mesonera con sus mejillas coloradas y su cuerpo excesivo, me dio una nota y me lanzó un beso, un escalofrío atravesó mi cuerpo, cerré la puerta, me senté en la cama y leí la nota en voz alta: 

A LA ATENCIÓN DE DOÑA AGATHA CHRISTIE.
UN HORRIBLE CRIMEN EN LA MANSIÓN DEL CONDE DRÁCULA.
ACUDAN CON LA MAYOR BREVEDAD.
GRACIAS

Agatha sonrió sentándose en la cama, me miró y sentenció: "El deber nos llama joven Hércules".
El carruaje casi volaba por los serpenteantes caminos que llevaban a la mansión maligna. Cuando por fin llegamos, estaba mareado. En cuanto bajé del carro, a modo de recibimiento, vomité las espinacas y el pastel de carne de la cena frente a la gran puerta de la mansión. Luego bajó Agatha a toda prisa. En el hall del caserón estaban todos los comensales, un tanto raros. Había una momia, un hombre lobo e incluso un travesti entre todos los fenómenos; Agatha se dirigió al que parecía ser el dueño de la casa, el Conde Drácula. Le estrechó la mano y a la orden de "Vayamos dentro y veamos el cadáver" todos, incluido yo mismo, la seguimos hacia el lugar del crimen.
El lugar del crimen era el baño y la víctima un Juan Nadie desgraciado que yacía ahora en el suelo de azulejos azul claro, con un abre cartas clavado en el cuello. La escena era bastante desagradable, debió estar sangrando y pataleando bastante antes de morir puesto que había destrozado el lavabo y el váter en su agonía. De su cuello aún brotaba la sangre, como si de una fuente se tratara, y el baño estaba casi inundado, en fin, un drama. A Agatha no parecía importarle demasiado ya que entró pisando la sangre con sus zapatitos de diminuto tacón hasta el cadáver y arrancó el abre cartas, propiciando que un chorrazo de sangre me manchara la americana a cuadros; acto seguido, hizo algo que siempre me molestaba, miró el cadáver como si aún estuviera vivo, le acarició la cara y le susurró algo al oído. Siempre había querido saber que era, pero nunca me lo había dicho, siempre salía con otro tema o le restaba importancia diciendo que eran "tonterías mías" y a mí me mataba la curiosidad. Agatha siempre hacía esas cosas. 
- ¿Qué opina?- Le preguntó el Conde.
- Aún es pronto para opinar - Respondió solemnemente Agatha- Aunque sí opino que a todos nos vendría bien un café, esta noche va a ser larga- Luego se guardó el abre cartas en el bolso y terminó diciendo- El mío con dos terrones de azúcar.
Ver trabajar a Agatha era algo que siempre me había interesado, apasionado e incluso perturbado, observarla trabajar en sus investigaciones y contemplarla llegar a conclusiones certeras con una pista que se nos había escapado a todos era fascinante, y esta noche sabía que lo vería otra vez. Cuando terminamos en el baño, el cerebro de mi mentora ya se había puesto en marcha, nos mandó a todos al salón para iniciar su rueda de reconocimiento y situarse un poco en el caso frente a un buen café.
La torpona sirvienta, que debería llevar en la casa como mil años por lo ajado de su físico, traía la bandeja con los cafés lentamente, ya que su edad no le dejaba avanzar muy rápido. Para que se haga una idea, querido lector, en lo que tardó en llegar a la mesita del gran salón, nos dio tiempo a todos a sentarnos, acomodarnos e incluso a algún invitado a liarse un cigarro o recargar su pipa y encenderla. Agatha se sentó en el centro de la sala para tener a todos los comensales a la vista. Había sacado sus diminutas gafas para ver de cerca y me había ordenado sacar la libretita en la que apuntaba sus investigaciones, sus dudas y deliberaciones. Tras pedir más luz a un mayordomo inglés bastante estirado que no paraba de seguirnos a todos los lados, dio comienzo el interrogatorio.
- Muy bien damas, caballeros y criaturas. Me presentaré, mi nombre es Agatha Christie, investigadora y escritora; este es mi pupilo, Hércules Poirot -me señaló -y si he venido esta noche con tanta prestancia es porque el Conde, aquí presente, requirió mis servicios, y ahora yo requiero los suyos. No voy acusar a nadie aún de asesinato, aunque muchos en sus respectivas vidas los hayan cometido -miró a Sadako, a Mike Myers y al/la señora Bates entre otros -No soy nadie para juzgar nada. Esta noche solo me interesa el cadáver del baño, es para lo que se me ha requerido, y es lo que debo solucionar.
Tras esta presentación que conocía de memoria, pues siempre empezaba así sus interrogatorios, dio un sorbo a su café y continuó.
- Me gustaría saber, lo primero, ¿qué relación les unía con la víctima?
No hubo ninguna respuesta.
- Muy bien -dio otro sorbo -si nadie lo conocía ¿qué hacía aquí?
Nadie contestó, todos se miraron pero reinó el silencio más absoluto. Agatha se empezó a impacientar, miró al Conde y le suplicó:
- Si no hay colaboración nunca podremos solucionar esto.
El Conde comprendió la situación y decidió dar la cara:
- Lo invité yo -todos lo miraron deseosos de saber algo más -A última hora, para hacer un poco de hambre antes de la cena, decidí salir a pasear en mi forma animal; volé por mis terrenos y más allá, y fue allí donde encontré al náufrago. Estaba tirado en la playa, hecho trizas, así que cuando volví a la mansión, avisé a Igor para que fuera a por él, no podía dejarlo allí tirado. Aunque mi corazón esté helado, no deja de ser un corazón.
Agatha asintió y me miró, yo no dejaba de apuntar aunque siempre sentía su mirada, alcé la vista, ella me sonrió pícaramente y se volvió hacia los invitados.
- Y cuando llegó ¿cómo se comportó? ¿Se mostró extraño?
- Nada especial, impactado supongo al vernos pero nada más -contestó la señora Danvers mientras se arreglaba el pelo.
- Comió mucho -añadió unos de los zombis rápidos.
- Y era muy guapo -dijo sonrojado el/la señora Bates.
Yo los miraba a todos y no salía de mi asombro. Aquella panda de monstruosidades cinematográficas y literarias se mostraban casi humanos, con sus gestos y sus dudas, era entre maravilloso y terrorífico. Rápidamente pensé en la magnífica novela que saldría de allí. Entonces una gota cayó sobre el cuaderno. Una gota de sangre.



Capítulo 6. Cascadas de sangre.


No era a mí solo al que le había caído una gota de sangre. Al Doctor Frankenstein y a su criatura, que estaba demasiado preocupada viendo tontear a su novia con el hombre lobo, también les había caído, incluso al silencioso actor Vincent Price, que yacía al fondo de la habitación tomando un trozo de la desaprovechada tarta de limón con nata que se había servido como postre en la cena, una gota le manchó la corbata y uno de sus zapatos marrones.
Pronto las gotas fueron en aumento y todos miramos al techo, de él caían cada vez más, y al cabo de unos segundos ya eran pequeños hilillos de sangre, que en un par de minutos se convirtieron en cascadas de sangre que chorreaban por las paredes y bajaban por las escaleras. Los muebles flotaban, los sillones y sofás navegaban sobre el líquido rojo oscuro. Los invitados se alarmaron, yo mismo me vi llevándome las manos a la cabeza asustado e impotente al no entender la situación, pero Agatha, que debía estar tan asustada como todos, intentó poner paz y tranquilidad. Nos dijo que nos quedásemos quietos, que ella iría a investigarlo, lo que significaba que los dos iríamos.
Los invitados, llenos de sangre de arriba abajo, salieron al hall e intentaron tranquilizarse mientras la sangre, que ya llegaba hasta las rodillas, brotaba cada vez con menos fuerza. Agatha y yo subíamos las escaleras lentamente para no tropezar, intentando averiguar el porqué de la sangre. Llegamos al piso de arriba y allí estaba la causa, frente a nosotros vimos como brotaba, ahora casi goteaba después del caos originado; el Conde subió corriendo las escaleras, no sin tropezar antes, y miró lo que nosotros mirábamos, una enorme brecha que cruzaba de parte a parte un cuadro que había al final del pasillo. En él se veía a una familia feliz, una familia victoriana feliz, con su padre, su madre y su hija, una preciosa niña rubia de ojos azules que sonreía y dejaba ver que había perdido algún diente de leche, regalando una divertida y entrañable imagen. Drácula se derrumbó gritando:
-¡La casa! ¡La casa ha muerto!
Miré al hombre destrozado y a Agatha, que tampoco entendía nada. El Conde hablaba de la casa como de un elemento vivo, como si fuera una persona y aquello resultaba muy extraño.
-¿La casa ha muerto? –pregunté.
- No lo entienden, la casa llevaba aquí muchos más años que ustedes y yo, muchos más años que cualquiera de los invitados o cualquiera del servicio, la casa estaba aquí desde el principio de todo -el Conde lloraba mientras lo explicaba -la casa siempre ha estado aquí y ahora no está. No sé a qué nos enfrentamos pero si ha podido con la casa, nosotros no somos más que peones a los que aniquilar fácilmente - agregó asustado mirando a Agatha. 
Entonces Agatha me mandó tranquilizar al hombre, llevarlo a tomar el aire fuera. Bajamos las escaleras ante la atenta mirada de todos los invitados y salimos fuera. Nos acompañaron el señor Price, la señora Danvers y la Momia, los dos primeros se encendieron unos puros.
- Si esta es la última noche que vamos a ver porque este asesino sin escrúpulos nos quiere arrebatar la vida, no está tan mal- Dijo Vincent tras dar una larga calada a su puro.
- Eso son tonterías Price, tú con tus personajes atormentados y yo con mis maquiavélicas artimañas hemos cometidos crímenes más gordos -contestó Danvers con una media sonrisa, intentando disimular su miedo.
Yo los observaba mientras tranquilizaba al Conde. La Momia se me acercó y mirando la noche estrellada me preguntó:
- ¿Van a solucionar esto?
- Por supuesto -le contesté.
- Ni siquiera usted se lo cree -sentenció.
Tras esto, y con el Conde un poco más tranquilo, entramos de nuevo en la casa. Agatha había puesto un poco de orden con la ayuda de Norman y la novia de Frankenstein. Habían colocado de nuevo las sillas e intentaban achicar la sangre hacia afuera como si de agua se tratase, dejando un terrorífico camino de sangre. Los hombres nos sentamos en un rincón, aún temblorosos. Paul Naschy se encendió un puro y se sirvió un brandy en una copa manchada de sangre, como todo en la mansión. 
Entonces, oímos un ruido en el pasillo, alguien venía corriendo, sofocado; cuando llegó al salón donde estábamos todos. Era Mike Myers, nos miró asustado y gritó: "¡¿Alguien ha visto a Sadako?!", con todo el jaleo nos habíamos olvidado de que la chica japonesa, con medio cuerpo dentro de un televisor antiguo, no podía andar salvo dando saltos. Su estatura tampoco era excesiva y todo eso, unido a la cascada de sangre de hace unos minutos, tal vez hubiese provocado un fatal desenlace. 
Comenzamos su búsqueda. Agatha se acercó a mí y dijo: "Hemos venido a resolver un crimen, no a ser parte de uno", se notaba que la situación empezaba a inquietarla, nunca la había visto así. Pasaron unos angustiosos minutos hasta que Víctor Frankenstein encontró el cadáver junto a un jarrón Ming instalado en un rincón del comedor, allí estaba Sadako, con la boca abierta y llena de sangre hasta arriba. Estaba muerta, al menos la parte de su cuerpo que yacía fuera del televisor, y aún soltaba chispas. La conclusión a la que Agatha y todos llegamos es que la sangre había producido un cortocircuito y eso irremediablemente terminó con su vida. Mike lloraba, no dejaba de decir que había perdido a una gran amiga. 
Entre un par de hombres, el fortachón Naschy y su archienemigo Frankenstein, sacaron el cadáver al jardín. Allí no olería tanto y no se mancharía aún más la mansión; las miradas de los hombres entre ellos eran casi como un combate, mientras Naschy esquivaba los ojos muertos y llenos de venganza de Frankenstein, este asesinaba, acribillaba con su mirada el rostro avergonzado de Paul preguntándose si, un hombre tan hecho y derecho como él, tendría los bemoles de decirle lo del affaire con su novia o se lo debería sacar a base de patadas y puñetazos antes de partirlo en dos. El licántropo simplemente pensaba en que todo esto acabase para el prometido encuentro sexual con su dama. 
Llegaron al jardín, tiraron el cadáver y Frankenstein no pudo más, agarró a Paul por el cuello y lo estampó contra un árbol cercano. Este se transformó, cambió su forma a lobo y se abalanzó sobre el monstruo; el combate estaba servido, el resto salimos fuera y mientras unos alentaban la lucha, la Momia y yo intentábamos separarlos con nefastas consecuencias, un corte en la frente y una contusión en la rodilla. La Momia en cambio solo perdió un par de sus andrajosas vendas. La Novia en lugar de asustarse e intentar poner paz, se sentía orgullosa, acariciaba a uno y otro encendiendo aún más sus iras y haciendo que los golpes fueran aún más duros.
El combate parecía no llegar a su fin, cuando se escuchó un gigantesco estruendo dentro de la casa. Allí solo quedaba el personal de servicio que gritaba. Cuando corrimos hacia la mansión las puertas se cerraron de golpe dejándonos fuera. Los gritos iban en aumento, luego se transformaron en golpes y finalmente en una explosión de cuerpos, como si estallase un globo de agua; después, la puerta se abrió en nuestras narices. Fue una gran masacre, todo el servicio estaba descuartizado, sus miembros colgaban de las lámparas y de nuevo sangre por todas partes; de la cocina salió arrastrándose con un brazo, ya que era el único miembro que le quedaba, el mayordomo inglés que nos atendió a nuestra llegada, se agarró a la pierna de Drácula y gritó antes de morir: "Le dije que la casa no era de fiar". Todos miramos al Conde y esperamos una explicación.


Capítulo 7. El alma de la mansión maligna.


Tras la explosión, el combate entre los dos hombres finalizó. En un rincón del salón, que ahora más bien parecía una carnicería, estaba Paul. La Novia de Frankenstein estaba curándole las heridas. En el otro rincón, Víctor curaba a su criatura que miraba triste a su amada sintiéndose profundamente decepcionado. Le daban igual los asesinatos, solo le importaba ella, la que besaba al licántropo y le miraba de reojo con odio. Los demás, apesadumbrados por tanta muerte solo queríamos una explicación. La Momia sirvió un coñac al Conde que estaba apoyado en la chimenea mirando unos cuadros antiguos. Agatha y yo, como al principio de la noche, dispuestos a seguir con la investigación tras el caos desatado. El resto de zombis, asesinos, femmes fatales y Vincent Price expectantes ante las esperadas palabras del Conde Drácula, quien miró a todos y empezó a relatar: 
- Esta no es una historia de opulencia, esta una historia de pobreza y tristeza. Hace unos años decidí invertir las riquezas de mi familia en el ladrillo, una importante suma. Allá en Transylvania se construía a buen ritmo así que compré viviendas por doquier sin pensar en las consecuencias. Pasó hace unos meses, mi primo Mordecai Dracul llegó a casa. Yo pensaba que vendría a visitarme pero solo venía a pedirme dinero. Le di de cenar, le presté el dinero y desapareció con la promesa de devolverlo. Nunca más lo vi; los negocios empezaron a fallar y cuando quise recuperar ese dinero no pude contar con él, así que me quedé sin propiedades y sin la mansión familiar que tantas y tantas generaciones de mi familia habían ocupado. Tuve que empeñarla para poder pagar las deudas. Así que me vi vacío, solo con unos ahorrillos y lo que el servicio me pudo prestar. Con este dinero pude alquilar esta mansión para esta noche, para celebrar nuestra habitual cena. Esta vez me tocaba a mí organizarla y, al no tener un hogar, lo alquilé. A Hugh, el mayordomo que han podido ver antes no le daba buena espina la mansión y así me lo advirtió repetidas veces hasta este fatal desenlace.
Todos nos miramos, en parte sorprendidos por la triste historia y en parte horrorizados por la mansión. Lo escribí todo en el cuaderno mientras Agatha escuchaba atentamente la historia. Cuando el Conde terminó su relato, apuró su coñac y se derrumbó. La culpa lo corroía por dentro. Pasaron unos minutos hasta que alguien dijo algo. Mike Myers no dijo lo más correcto:
- A ver si lo he entendido bien, ¿nos traes a esta mansión desconocida y tal vez maldita, solo por qué te tocaba hacer la cena? ¿Nos condenas a todos solo por quedar bien?
- No, lo hice por reunirnos, por tener una compañía agradable, nada más -respondió el Conde.
Entonces Mike saltó sobre él y empezó a golpearle, el Conde no podía o no quería defenderse, se dejó pegar hasta que su cara quedó desfigurada y la sangre le brotaba de su nariz rota. Paul y yo le quitamos de encima al criminal de Halloween, le obligamos a que se sentara en el sofá y le servimos un whisky. Justo en el momento en que Mike cogía la copa, esta reventó en el aire a consecuencia de un espantoso grito que se escuchó en toda la casa. No solo explotó la copa, todos los cristales de todas las habitaciones estallaron al unísono y en el gran salón el enorme ventanal se hizo añicos; todos, capitaneados por Agatha, acudimos al lugar del que provenía el grito. Como el gran corte del cuadro que provocó las cascadas de sangre, venía del piso de arriba. 
Una vez allí, intentando averiguar de qué habitación provenía, oímos un ruido de juguetes y una niña jugando y riendo; también la melodía de una caja de música. Todo parecía venir de la habitación del fondo, al lado de la gigantesca brecha de la pintura. Agatha, no sin miedo, abrió la puerta y allí había infinidad de juguetes, todos flotando en el aire: un trenecito, unas muñecas danzando al compás de la tonadilla infantil de una caja de música donde una bailarina ejecutaba un precioso baile. Un par de peluches aplaudían a la danzarina; en el centro, sentada de espaldas, había una niña de pelo rubio que reía y jugaba. Agatha se acercó a ella lentamente, yo iba detrás como un buen escudero y el resto de invitados esperaban en la puerta.
- No se acerque, por favor -dijo la niña.
- ¿Por qué? -preguntó Agatha
Tras unos segundos de pausa la niña rio fuertemente y dijo:
- Van a morir todos. Aún no lo saben pero ya están aquí. Van a morir todos.
Entre los invitados cundió el pánico. Norman se desmayó y yo me caí de culo. Los juguetes dejaron de volar por el aire, la caja de música se cerró y la danza de las muñecas cesó. La niña se giró, no tenía cara, solo una boca enorme con tres filas de dientes. Intentó atacar a la señora Christie, lo impedí como pude con el mayor ejercicio de valor de mi vida. Corría por la habitación mordiendo el aire, sin ver nada, subía por las paredes y corría por el techo, corrió hasta los invitados que salieron huyendo, así que se conformó con Norman que yacía desmayado en el suelo con el traje de su madre puesto y la peluca descolocada. Frankenstein intentó separarla del hombre travestido y se llevó un zarpazo, empezó a comerse al hombre desmayado que despertó de pronto y gritó mientras le salía sangre por la boca. Sus tripas eran engullidas por la niña-monstruo que reía como si se acabara el mundo. Norman murió, Agatha persiguió a la niña por la casa.
- ¿Quién eres? -preguntaba la escritora.
- Soy el alma de la mansión, de la mansión maligna y ustedes van a morir -respondió la niña escupiendo trozos de Norman por el suelo.
Los invitados corrieron por la casa, unos hacia las habitaciones a esconderse, otros hacia abajo a intentar huir. Yo estaba entre los del segundo grupo; corrimos a la puerta pero estaba cerrada, la niña bajaba por las escaleras, saltando los escalones de tres en tres. Cuando llegó hasta nuestra posición, se abalanzó sobre Víctor y le arrancó la cabeza de un zarpazo, luego se la volcó en la boca como si fuera una copa y empezó a beber. Intentamos que dejara la cabeza en el suelo pegándole patadas pero ella nos las devolvía más fuertes. Caíamos al suelo con cada golpe y ante mis ojos vi como la señora Danvers le clavaba un hacha en la cabeza. Como respuesta, la niña la tiró al suelo y se la empezó a comer por los pies. Cuando ya había engullido las dos piernas y parte del tronco, la mujer ya había muerto y la niña, con la boca llena solo reía y reía. 
No sé muy bien qué hicieron los demás pero yo corrí a esconderme debajo de una mesa desde donde observaba la masacre; la niña con el hacha clavada en la cabeza continuaba devorando a la señora Danvers, solo paraba para escupir alguna mata de pelo o huesos. A veces susurraba algo, algo tenebroso que solo alcancé a oír una vez de todas las que lo repitió: "Ya vienen, ya vienen", y entonces un disparo, el disparo que acabó con la vida de la niña maligna. Bajando las escaleras con un antiguo trabuco pude distinguir al Conde entre la humareda que provocó la detonación. El proyectil hizo estallar a la niña frente a mis ojos, haciéndome vomitar lo poco que me quedaba en el cuerpo, mientras las palabras de la niña retumbaban en mi cabeza.

 Continuará...

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