miércoles, 13 de marzo de 2013

Código: Génesis X . Capítulo 2 Extinción

Ilustración: Kike Alapont


Habían pasado dos semanas desde el último ataque. Por suerte, le habían cedido una parte del laboratorio y James podría trabajar junto al cuerpo de su hija. Había puesto una mesa con un ordenador junto a su cámara y, cada vez que ladeaba la cabeza, era capaz de ver su hermoso rostro dormido. No tardó en hacer amigos allí, la gente se asombraba de lo que era capaz de hacer aquel hombre, y aquello les ablandaba a todos el corazón, incluso al jefe de laboratorio, un hombre arisco con fama de pocos amigos.
James se pasaba más de quince horas allí trabajando, muchos días no se acercaba ni a casa, pero por suerte no afectaba a su matrimonio, pues Mei era consciente de que era un sacrificio para salvar a su primogénita.
Una mañana, después de haber ido a casa, James entró en el complejo fuertemente protegido y construido en las entrañas de una montaña rocosa. En cuanto puso un pie dentro se dio cuenta de que el aire estaba enrarecido, la gente susurraba y los rostros no mostraban apatía, nadie saludaba como de costumbre y algunas caras estaban más pálidas de como debía de tenerla un humano corriente y medianamente sano.
Pasó todas las puertas de seguridad hasta llegar a la zona del “Proyecto Venus”, una vez dentro, se propuso descubrir qué diablos pasaba, pues en un primer minuto su paranoia le hizo creer que algo le había ocurrido a Shana.
—Marcus —llamó a un chico joven de pelo castaño con el que mantenía interesantes conversaciones—. ¿Qué ocurre?
—¿No te has enterado? —negó meneando con suavidad la cabeza— Todas las agencias espaciales del planeta han detectado algo.
—¿Un asteroide? —preguntó asombrado.
—No, algo mucho más grande.
—Deja de jugar y dime qué pasa —se acercó como cada día hasta Shana y puso la mano sobre el cristal, era un ritual de saludo.
—Señales James, señales inteligentes —el hombre le miró enarcando una ceja y se preguntó si era el día de los santos inocentes—. ¡Naves! —gritó emocionado.
Ante la incredulidad de su compañero, Marcus le pidió que le acompañara hasta la zona de al lado, que se dedicaba al estudio espacial. Al contrario que la gente que se había encontrado, allí el aire era más festivo, todos sonreían y comentaban el gran paso que aquello significaba, era la prueba definitiva de que no eran los únicos seres con inteligencia del universo.
James vio las pantallas, las señales parpadeaban y no le gustó. No había una señal, había tantas que le resultaba difícil contarlas. Aquella no era su especialidad, pero se dio cuenta al instante de que no era algo bueno ni positivo.
—¿A qué viene esa cara? —preguntó Marcus dándole un golpecito en el hombro.
—No creo que sea una visita amistosa…
—¡Vamos! —otro hombre se unió a ellos— Es un gran descubrimiento, ¿sabes lo que podríamos adelantar? ¡Tienen naves! —alzó ambas manos por encima de su cabeza.
—No niego que sea un descubrimiento, ¿pero crees que para decir “Hola” necesitan un ejército? —ironizó frunciendo el ceño.
Como si les hubieran tirado un jarro de agua fría, todas las personas de la sala se quedaron en silencio. Parecía que no se habían percatado del elevado número de señales rojas y parpadeantes que tenían frente a sus narices, la emoción había sido tal, que nadie se paró un segundo a pensar en la verdad de todo aquello. Al menos ellos, porque las caras que había visto fuera sí parecían de preocupación.
—Necesito tu ayuda Marcus —le agarró con fuerza del brazo y le arrastró hasta su laboratorio.
—¿Qué te pasa? Nos has chafado la alegría.
—Mira Marcus —comenzó—, si se parecen en una mínima parte a nosotros, todas esas señales, naves o lo que mierda sean, no vienen a saludar —vio como el joven científico cambiaba de color como un camaleón—. Tengo que hacer algo, y tú me vas a ayudar.
Antes de decir nada, le hizo jurar que no diría ni una sola palabra. Entonces, comenzó a preparar todo. James lo tenía claro, aunque habría preferido equivocarse, estaba seguro de que les iban a atacar. No dejaría que el indefenso cuerpo de Shana soportase aquello, así que ideó un plan rápido y eficaz: llevarían la cámara de su hija al sótano, la esconderían y conectarían una red de electricidad capaz de soportar tiempo suficiente.
Esperaron hasta la noche, cuando la mayoría se había ido o estaban durmiendo.
Marcus no estaba de acuerdo con James, pero como bien decía, el protocolo no mencionaba nada con respecto a prohibir mover las cámaras de criogenizado de un lugar a otro. También le ayudó durante los próximos dos días a preparar un abastecimiento titánico de energía, incluso se sorprendieron de su logro, por desgracia no podrían presumir de él.
Tres semanas después de recibir las señales, los ánimos ya eran pesimistas. Todos los países habían intentado contactar con los visitantes sin éxito, pero ninguna clase de respuesta habían recibido. Los ejércitos se movilizaron y pronto, no pudieron esconder los hechos. Algunas naves estaban tan cerca de la superficie que cualquiera que saliera a la calle podría ver la espectacular mole en el cielo.
Los civiles se lo tomaron de todas las maneras habidas y por haber, algunos se juntaban en ciertas zonas, emocionados ante lo que se avecinaba. Esperaban impacientes con pancartas de bienvenida y paz. Otros se habían llevado a sus familias a los lugares más recónditos, esperando que cuando volviesen, todo se hubiera acabado.
—¿Las ordenes siguen siendo las mismas? —preguntó un hombre.
—Sí, el consejo ha ratificado la orden original tras meditarlo profundamente. Destruir a los Terrestres.
La mujer de piel violeta miraba en la amplia pantalla que tenía frente a ella y en la que se veía el planeta que rodeaban con su ejército. Le pareció terriblemente hermoso aquel color puro y azul, y sintió pena por lo que debían hacer, pero el consejo decidía, y nadie podía cuestionar su modo de actuar.
No estaba de acuerdo en la destrucción, ella creía que con diálogo podrían cambiar las cosas, pero cuando encontraban una raza catalogada como potencialmente peligrosa y de nivel 1, no había muchas opciones. También era cierto que no era una situación corriente, en la historia desde la unión de las galáxias y la creación del consejo supremo, solo se habían llevado a cabo tres extinciones, y aquella sería la cuarta.
No le pesaba demasiado, pues se había llevado un exhaustivo control sobre aquella raza a la que llamaban Terrestres durante décadas. Una raza joven, en apenas dos mil años habían logrado mucho. Aquello no era malo en absoluto, el problema era su manera de actuar. Eran conquistadores por naturaleza, y el consejo ya tenía suficientes guerras y problemas como para sumar otro. Tenían la certeza de que si aquella raza se hacía con tecnología superior, causaría el caos y aumentaría los confictos que ya tenían entre manos.
—Que todas las naves y soldados se preparen.
—Sí, señora.
El hombre pulsó un botón y comenzó a dar órdenes a otras naves. El ataque estaba coordinado, primero aéreo y después mandarían a las unidades de tierra a terminar el trabajo. Los supervivientes no serían un problema, pues las armas levantarían una capa de polvo tan espesa que la atmósfera cambiaría durante los próximos doscientos años, lo cual acabaría por matar a quien quedase. El resultado final: Una extinción total.
James ya había preparado todo, y días antes del ataque, cuando las naves ya se veían en los cielos, se fue a casa. Le contó a Mei lo que había hecho, tal vez no sirviese para nada, pero había sido capaz de darle una pequeña oportunidad a su hija, y aquello le quitó un peso de encima, supo entonces que no moriría preocupado. Aunque no conocía el futuro, sintió en lo más profundo del alma que ella estaría bien.
Las transmisiones solo llegaban por radio, las televisiones no funcionaban. Las noticias eran terribles, enormes armas parecidas a misiles, habían caído desde las naves con una potencia superior a varias bombas atómicas. Aquello sucedió durante días, hasta que las transmisiones se volvieron difíciles de sintonizar. James supo que era porque quedaba poca gente dispuesta a gastar su tiempo de vida en dar las noticias, o porque simplemente ya no quedaba nadie para darlas ni escucharlas.
La tierra estaba devastada. Un terrible ser metálico llegó a casa de James y Mei para acabar con sus vidas sin sufrimiento. Murieron abrazados y deseando que Shana despertase en un nuevo y mejor mundo.

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